El plan, ir a escuchar a Sole y a su violín al renombrado Teatro Colón.
Nunca antes había ido el Colón, el día que tuve la posibilidad de asistir a una visita guiada me enfermé, teniendo que faltar al colegio, así que el micro partió al mismo tiempo en que yo tragaba una pastilla de amoxidal 500.
Mentiría si no digiera que estaba emocionada con esta nueva oportunidad, aclaro que esta vez también tenia faringitis, pero ya con los recursos suficientes como para detectar que se trataba de una somatización desencadenada por temas pasionales, dejé de mirarme el ombligo y seguí adelante con el plan.
En cuanto la leyenda de “Subte Línea D: Próxima Estación Tribunales” parpadeó, baje heroica del asfixiante corcel gris, en segundos mis pies salieron del subsuelo y vieron luz; me encontraba frente al Emperador... tantas veces ignorado, el 38 pasa todos las mañanas por su portal y yo con él, seguramente perdida en alguna ventana, nunca antes lo había visto tan seductor.
La lluvia amenazaba, me dirigí rápidamente a la boletería, tenia solo 15 minutos para realizar el trámite de compra venta, la fila nacía en el corazón del recinto, en su ventrículo izquierdo y asomaba su último eslabón por la vereda. Durante la espera escuché rumores varios, que no quedaban mas entradas, que el que tocaba el triangulo se había fracturado un dedo y se suspendía la función, que ya se había instalado un sector clandestino de reventa, que en zapatillas no entrabas... no recordaba que vestían mis pies, ante el temor de ser rechazada y ridiculizada en plena alfombra roja quise prevenirme y baje los ojos con sutileza, zapatillas negras... podían pasar por zapatos.. confianza... recordé una frase trillada pero muy cierta.. “todo es cuestión de actitud”.
Creyéndome la dueña de Grimoldi, caminé lentamente por el corazón del emperador, mi turno, cara a cara con el vendedor de ilusiones, la pregunta temida... ¿qué sector prefiere? grillos... no tenía idea de cuantos sectores había, lo más cerca que había estado de un concierto habían sido mis conquistas barriales de rock and roll en Cemento, a lo sumo Obras Sanitarias, pero estaba segura que acá campo no había. Eludí la respuesta con otra pregunta. ¿Cuánto salen las localidades?, el muchacho susurró 1, 3, 5 y 10 pesos, creo que él también estaba indignado... yo no lo podía creer, tanto protocolo, tanta estética, tanta cosa para algo que sale menos que los recitales del Pitty.. pensé en cuánto valía escuchar a Sole y su violín, 1 peso.. una miseria, 10 pesos.. es tirar la plata, deme la de 5 por favor, solucionado el tema.
Corridas, codazos, caos elitista, el vaho a perfume avejentado me producía alucinaciones auditivas, logro llegar, me cortan la entrada, segundo piso ubicación central, platea balcón fila 4 asiento 32.
Ya estaban afinando las cuerdas, en el centro, primer atril, Sole; el hombre del triangulo con todos sus dedos sanos al fondo a la derecha y yo erotizada en asiento de terciopelo rojo.
Del lateral izquierdo, correteando cual Laura Ingalls ingresa el director, aplausos, aplausos, se bajan las luces, penumbras, un hilo de silencio, tenso... abrieron a pleno con Jaccobe.
La música me produjo una catarata de imágenes, video clip, una tras otra sin descanso, flashes en diapositivas, me imaginé bailando vestida de cisne al mejor estilo bjork, sembrando habas en algún campo australiano (si es que las habas se siembran y en Australia hay campos), nadando en océanos infinitos rodeada de bellos peces, Soledad enérgica atravesada por espasmos orgásmicos agitaba el arco, sus rulos desenfrenados se liberaban de su hebilla invisible, me encontraba en lo mas alto de la montaña convertida en un samurai cuando el filo de unos aplausos compulsivos secuestró mi ensoñación.
Anunciaron un intervalo de 10 minutos, decido recorrer los pasillos y salgo del balcón. Me encontré con un amigo de Sole, Emi, un hombre fascinante, interesantísimo, de una inteligencia brillante, conversamos apasionadamente el tiempo que duro el corte y volví al nicho preferencial de butacas carmesí creyendo nuevamente en el amor.
Los músicos se reubicaron, entró Laura Ingalls con el mismo trotecito histérico, pero esta vez lo hizo acompañado, de su mano ingresó una niña de unos 13 años enfundada en un largo vestido de noche color salmón, dejaba ver su arma, arco y violín. La gente de pie la ovacionaba mientras yo me preguntaba quién era este personaje cuya única intención, claro estaba, era opacar a mi querida Soledad.
Las luces otra vez tenues a la espera de algo, la damita ubicó su pera sobre el arma, comenzó a sonar la sinfonía española de Laló.
No le saqué la vista de encima en ningún momento, ella se agitaba, transpiraba, estaba impregnada de un alo de exclusividad que carcomía mi ego; de un momento a otro me encontré arrodillada en la butaca con la cabeza un tanto inclinada hacia delante, sentía que mis pulsaciones crecían junto con la intensidad de la música, sus movimientos eran cada vez más rápidos, mis pupilas se dilataban, yo también transpiraba, sentía horror, espanto, envidia, miseria, su protagonismo despertó lo más oscuro de mí, solo ella y yo, tengo que matarla pensé, voy a matar al maldito salmón, abrí mi mochila a tientas, palpé un arma, pasaporte a mi libertad, la tomé entre mis dos manos, estaba decidida, lo único que deseaba era ver al diminuto salmón tendido en el escenario con un balazo en el pecho, su vestido de señorona impregnado de brillosa sangre, un gesto de horror en la cara de los de la primera fila, un instante, un silencio que daría paso a un sin fin de gritos. Le apunté primero a la cabeza, recordé la bella imagen de su vestido manchado y decido entonces apuntarle al pecho, apreté las mandíbulas, la boca seca, mi cuerpo rígido, un dedo en el gatillo... bravo bravo! Aplausos al por mayor, la niña saluda y se retira, vuelve a ingresar unas 3 veces más para recibir más aplausos y ovaciones, su actuación había terminado y con ella mis deseos de acecinarla.
Me recupero del exabrupto, guardo el encendedor que minutos antes había oficiado de arma letal y me di cuenta que tanta intensidad me había dejado agotada, exhausta. Mis párpados se entornaban como viejas persianas de almacén de barrio a la hora de la siesta, era conciente de que si me dejaba ir en dos minutos más estaría durmiendo.
Pensé en los músicos, un oficio inestable, son pocos los que llegan a ser reconocidos, los que son abrazados por la fama, sin ir mas lejos la mayoría de los músicos que conozco sobreviven a duras penas dando millones de horas de clase por semana, tocando aquí y allá, con su instrumento al hombro como carta de presentación. En ese mismo momento los 50 músicos que estaban en escena estarían recibiendo una paga miserable... no era justo y comencé a idear una lista de medidas extraordinarias, mediante las cuales se podrían abaratar costos y generar mayores ganancias que serian destinadas a nuestros músicos, una idea patriótica, por qué no revolucionaria.
Visualicé la araña que pendía de la majestuosa cúpula, araña... qué palabra horrenda para denominar semejante obra de arte, de ahí en mas pensé en llamarla luminaria, una palabra mucho más poética y musical. El tema es que de esa luminaria pendían millones de luces, sumadas a las que se encontraban en los pasillos y paredes laterales, el gasto energético era incalculable, mucho dinero invertido. Primera medida: cambiar todas las luces por lámparas de bajo consumo.
Hablando con Emi (el seductor que me devolvió las ganas de amar) nos dimos cuenta que el sistema de ventilación frío / calor que posee el teatro brilló por su ausencia en todo el concierto, sumado al nicho en donde me habían ubicado, mal denominado platea balcón, fomentaron mis síntomas fóbicos. Al respecto creamos una medida un tanto drástica pero no por eso menos efectiva, instalar ventiladores símil subte en la parte trasera del salón. Entiendo que los aparatos son poco vistosos, pero si se ubican con tacto puede resultar una medida interesante. Estaríamos hablando de un doble cambio: menos dinero y mayor efectividad.
Última reforma, sugerida por el hombre que a esta altura se había convertido en el amor de mi vida, por qué no instalar un candy bar en la planta baja, tanto él como yo moríamos de hambre y no había ni un cocacolero, caramelero, nada de nada. No podía entender cómo a esta gente se les había pasado por alto tamaño detalle, ¡la gente bien también come!. Obviamente no estábamos hablando de vender pororó, pero consideramos una gran idea la venta de nachos, chocolates, pastillas refresco, dependiendo el horario se podría ofrecer un platito de bagna cauda, son millones las posibilidades.
La realidad es que yo estaba de gran charla y entre tanta planificación no me había dado cuenta, hasta ese momento, que el concierto había terminado y me encontraba sola con Emi rodeada de butacas vacías.
Salimos riéndonos de la situación, bajamos por las escaleras, yo tenia en claro que eran los últimos minutos de conquista, no podía permitir que el momento se diluyera, que bajara de intensidad, doble o nada pensé y aposté mi sueldo entero... no va mas gritó el crupier.. la bola giraba, giraba, parecía no parar nunca; por fin él me miró fijo y de su amplia boca escuché: -¿qué hacemos con todo lo que pensamos? Yo muda... muerta... no se me ocurría nada, paralizada... –¿no te parece que tendríamos que escribir una carta de lectores a La Nación? Síííí le dije confundida, yo pensando en sexo, en lo erótico que le quedaba el suéter rayado que tenía puesto... –vamos para casa entonces, me dijo. Fin de la conversación, respiré, le agradecí a Ala, Mahoma, Buda, Cristo y todos sus santos, tenía por delante todo el camino hasta San Telmo para convencerlo de que la verdadera revolución la podíamos hacer en su sommier de dos plazas.